En los últimos 200 años se han producido más cambios, innovaciones, crecimiento y progreso que nunca antes en la historia. Estamos en una era en la que las personas vivimos cada vez más aceleradas, con más ocupaciones y menos tiempo que nunca, con necesidades y obligaciones completamente diferentes a las de las generaciones –analógicas- anteriores. Y esto, lo está cambiando todo.
También se constituye como causa y efecto de la innovación y el descubrimiento de nuevas tecnologías, estableciendo cambios profundos en cómo vivimos, cómo compramos, cómo nos organizamos y, por supuesto, cómo trabajamos.
En 1830, a un agricultor le llevaba 300 horas producir 2.700 kilos de trigo. En 1890, con maquinaria tirada por caballos, tardaba solo 50 horas. Hacia 1975, con los grandes tractores y cosechadoras, un agricultor podía producir esos 2.700 kilos de trigo en solo 3-4 horas. Esto implicó una reducción de 75x en 150 años
Pero la famosa transformación digital, en la que todos nos autodenominamos expertos, no va sobre tecnología, sino sobre cómo los humanos usamos esa tecnología, llevándonos a imaginar cómo, en un mundo globalizado en red y de emprendedores autónomos conectados, podríamos utilizar esa tecnología para construir una nueva forma de plantearnos el trabajo.
Y establecer un modelo de trabajo más optimizado, que permita automatizar las tareas que pudieran ser desarrolladas mejor por las máquinas, creando las condiciones para que los equipos profesionales puedan centrarse en eso en lo que somos mejores los humanos: creatividad, inteligencia emocional, pensamiento crítico, entre otras muchas características.
Un ejemplo de este nuevo enfoque podemos encontrarlo en la planificación de un nuevo modelo de organización interna para una empresa o institución.
Pensemos por un segundo en todas las acciones que llevamos a cabo en nuestro día a día laboral, en todas las interacciones y la ingente cantidad de datos que estamos generando.
La famosa transformación digital, en la que todos nos autodenominamos expertos, no va sobre tecnología, sino sobre cómo los humanos usamos esa tecnología.
Para ponernos en marcha en este nuevo contexto, el primer paso debe enfocarse en entender la necesidad de crear una comunidad de profesionales multidisciplinares –hoy, incluso, a escala mundial gracias al teletrabajo- (programadores, diseñadores, analistas de datos, consultores etc…) y en medio de todo, un lienzo en blanco.
Un lienzo que nos permitirá analizar cómo nos comunicamos, qué necesidades se plantean y cómo nos organizamos. Imaginemos el espacio físico actual de una oficina, con todas sus pizarras, sus reuniones, sus normas, sus kpis y todas las necesidades que tiene que cubrir en un entorno digital. Una vez analizadas, comenzamos a redibujar y a plasmar la experiencia del usuario en cientos de flujos, funcionalidades necesarias y pantallas.
Hasta ahora, todas las herramientas que ayudan a digitalizar el trabajo se están basando en ofrecer funcionalidades tecnológicas. Todos conocemos Asana, Trello o Jira, por citar solo algunos. Pero es fundamental “entrar” en la metodología que proponen estos sistemas, para entender el día a día y el comportamiento de los usuarios alrededor de estas tecnología. Porque no solo se trata de dar funcionalidades, sino crear normas para su uso y hacerlas intuitivas y accesibles.
Esto nos permitirá estructurar el trabajo desde la experiencia del usuario, poniendo en el centro a nuestro equipo de UX algo que, de forma natural, nos convertirá en una “design lead company”, configurando un nuevo paradigma que redefinirá no solo cómo los humanos hablamos con la tecnología, sino cómo la tecnología va a hablar con nosotros.
Finalmente, ¿cuál sería nuestro reto en esta nueva era? Transformar todo en interfaces útiles para los equipos y ver cómo esto puede ayudarnos a seguir creciendo y evolucionando, en un mix integrado de inteligencia humana y artificial para potenciar nuestras aptitudes para seguir diseñando el futuro del trabajo.